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mito de orióN

Orión ciego busca el sol. Nicolas Poussin
Diana mandó un escorpión para que matara a Orión porque también se atrevió a excederse con ella. Orión ciego busca el sol. Nicolas Poussin

 

La memoria de la inocencia

Astrea, la diosa de la Justicia, hija de la Prudencia y del Pudor, gobernaba a los hombres en la Edad de Oro. Su tarea era fácil puesto que los que acudían a ella deseaban realmente la paz y estaban seguros de que sus sentencias no generaban ningún rencor. Durante la Edad de Oro los dioses bajaban a los poblados porque les gustaba el trato con los hombres. En efecto, disfrutaban de su pureza y de su dulce alegría.

Diana cazadora. Orazio Gentile
Diana cazadora. Orazio Gentile

Fue la desconfianza la que terminó con la Edad de Oro y trajo la Edad de Plata. Júpiter había acabado con el reinado de Saturno por medio de la violencia. Ya no todo era ni bello ni nuevo ya que había un antes y un después marcado por la guerra. Los humanos, aunque ni la doblez ni la falsedad habían alcanzado sus espíritus, no confiaban enteramente en el futuro. La misma Astrea trasladó su residencia a las montañas para sentirse segura en su soledad, de manera que los que precisaban su consejo tenían que hacer el esfuerzo de alejarse del poblado para ir a buscarla.

A la Edad de Plata le siguió la Edad de Bronce. En la Edad de Bronce los humanos, de un modo u otro, siempre estaban en guerra o preparándose para ella. Esta Edad, no obstante, vio una generación de hombres magníficos como Hércules, Perseo o Aquiles, los cuales, aun en sus acciones más violentas, dejaban un sello de grandeza. Fueron, en efecto, tiempos de grandiosas hazañas en las que los héroes se guiaban por el honor y la gloria. Pero la violencia más rastrera avasalló la justicia. Astrea tuvo que abandonar la Tierra y se instaló en el cielo en la constelación de la Virgen.

Los humanos de la generación actual, la de la Edad de Hierro, nacen con la sensación de haber sido desterrados de un mundo bello y perfecto. Recelan con razón de sus congéneres. Dudan también de los dioses. La mayoría de las veces piensan que no están donde debieran. De natural descontentos, sólo son felices cuando se sienten con fuerzas para cumplir sus sueños. Los humanos de ahora están abrumados por el desastre de mundo en que les ha tocado vivir. Cuando la codicia y la vanidad no los ciegan, miran hacia lo alto y suplican a Astrea que baje del cielo y que traiga de nuevo la inocencia a la Tierra.