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MITO DE PLUTÓN Y PROSERPINA

Ceres buscó desesperadamente a su hija Proserpina que había sido raptada por Plutón, el rey de los muertos. El rapto de Proserpina. Walter Crane

LOS REYES DE LOS MUERTOS

El Universo, que tenía forma de esfera, se lo repartieron tras la guerra contra los Titanes entre Júpiter, Neptuno y Plutón para lo cual echaron suertes en un casco. Júpiter se quedó con la parte superior que comprendía la bóveda de cristal en la que estaban pegadas las estrellas y el cielo inferior en el que se movían los planetas. Neptuno prefirió el Océano, el gran río que rodeaba la superficie redonda de la Tierra. Al melenudo y barbudo Plutón le tocó el mundo subterráneo de los muertos.

El retorno de Perséfone. Lord Frederic Leighton.

Las almas de los muertos, para llegar al oscuro reino de Plutón, tenían que cruzar el río Estige que lo circundaba como si fuera un foso. El encargado de pasar las almas a la otra orilla era el barquero Caronte. Las almas le daban una moneda que los parientes debían haber puesto debajo de sus lenguas. A cambio Caronte, con muy malos modos, los dejaba subir en su barca. La moneda sólo daba derecho a subir a la barca, no a que las llevara el malhumorado barquero; ellas mismas tenían que remar. En la otra orilla pasaban por unas puertas a las que estaba encadenado Cervero, un perro con tres cabezas que les ladraba ferozmente pues su alimento favorito lo constituían las almas que intentaban escapar. Ciertamente, las primeras horas de la vida en el más allá dejaban bastante que desear.

Lo único agradable que había en los infiernos, además de los Campos Elíseos (el paraíso de las almas virtuosas) era el riquísimo palacio de Plutón. Se levantaba sobre el Tártaro, una prisión rodeada de tres muros de bronce en cuyos cimientos estaban encerrados los Titanes. El paisaje que se contemplaba desde las ventanas del palacio resultaba sobrecogedor: se veía el Río de los Lamentos, el Río de las Llamas y el Río del Olvido; también se veían vagar las sombras de los muertos insepultos. Algunas ráfagas de viento traían los gritos de los condenados al Infierno de los Castigos.

Naturalmente ante tal panorama a ninguna joven le apetecía convertirse en la esposa de Plutón. Plutón tuvo que salir al exterior a capturar mujeres. Raptó primeramente a una ninfa llamada Leuce. Pero Leuce no era inmortal y murió. Plutón la transformó en el álamo blanco que hay plantado en los Campos Elíseos. Así que de nuevo, Plutón salió a la luz del día en su carro dorado tirado por caballos negros. Esta vez raptó a la diosa Proserpina, lo cual casi provoca una catástrofe. Ceres, la madre de Proserpina y diosa de los campos, advirtió que de la tierra no saldría ninguno de sus frutos mientras no se le devolviera a su hija. Júpiter, temiendo que todos los seres vivos murieran de hambre, ordenó a Plutón que dejara partir a Proserpina.

Proserpina volvió con su madre con la condición de que, al igual que las semillas, pasaría el invierno bajo tierra con Plutón, mientras que el resto del año permanecería con los demás dioses celestiales recibiendo la luz del sol. De todas maneras, Proserpina no llevaba tan mal ser la reina de los muertos. Su ocupación fundamental consistía en cortar los hilos de la vida de los humanos. Plutón la invitaba a los juicios de algunas almas especiales. En estos juicios Proserpina atemperaba los impulsos justicieros de su marido.

Proserpina fue una mujer fiel y celosa. Una vez un hombre llamado Piritoo, empeñado en hacerla suya, bajó al mundo subterráneo. Ni Plutón lo permitió ni ella lo consintió: invitaron a Piritoo a su palacio, lo agasajaron con una buena comida y lo encadenaron a su silla por toda la eternidad. En otra ocasión, una ninfa del mundo subterráneo llamada Mente se dejó cortejar por Plutón. Proserpina no hizo nada durante un tiempo, hasta que la transformó en la planta de la menta y la pisoteó haciendo que desprendiera toda su fragancia.

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ZODIACO