El acoso escolar tratado en forma de una apasionante novela histórica de aventuras.
ARGUMENTO
Un grupo de alumnos de instituto, que han acosado a un alumno y a un profesor, se suben a un tren para asistir a un concierto en Madrid. Sin embargo, por culpa de un extravagante científico ruso, son transportados al París ocupado por los nazis justo dos días antes de la Gran Redada de judíos. Algunos alumnos se convierten en agentes de la Gestapo, otros en judíos y otros en miembros de la Resistencia.
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GENERALIDADES
¿Novela histórica? Por supuesto. Pero, ¿no habíamos quedado que era una mezcla de ciencia ficción y de aventuras? En la novela El billete dorado se conjugan varios géneros de forma magistral para dar respuesta a las personas que se ven envueltas en una situación de acoso. Te emocionará, te hará reír, te sorprenderá con sus inesperados giros argumentales y te atrapará de tal modo que no podrás dejar de leer hasta llegar a la última página.
EL AUTOR
Miguel Ángel Viciana: Nacido en Almería , es doctor en Filología Hispánica y trabaja actualmente como profesor de instituto. Su producción como escritor es amplia y variada e incluye la poesía, el ensayo, la novela y el relato, aparte de algunas publicaciones de carácter educativo. Ya antes de escribir El billete dorado, había demostrado su destreza en la recreación de acontecimientos y ambientes históricos. Ejemplos de ello son los relatos La Rebeca (basado en un hecho real y situado en la construcción de los refugios antiaéreos de Almería) o La leyenda de Basti (relato juvenil situado en la época de los íberos).
Para conocer al autor en su faceta aficionado a la astronomía en la web Nombres del Universo y en la de escritor en la web Miguel Ángel Viciana .
FRAGMENTOS
Y por aquí una muestra de lo que encontraréis en sus páginas:
«No hubo tiempo de sentir miedo. Al salir del túnel, el tren recuperó la normalidad. La niebla había desaparecido y se habían encendido las luces. La única diferencia era que el traqueteo del tren, que apenas se notaba habitualmente, ahora semejaba al de un tren antiguo. El tren disminuyó la marcha hasta detenerse en una parada.

—¡Mirad! —gritó Pedro.
—¡Están rodando una película! —subrayó Ana, su novia. No era una parada normal, sino un apeadero en el que destacaba un edificio con tejas grises. Por las ventanas de la derecha observamos varios soldados alemanes de la Segunda Guerra Mundial, algunos de los cuales llevaban perros en actitud vigilante. También había algunos civiles que vestían con trajes de la misma época. Reparé en que las telas de los vestidos estaban peor planchadas de lo habitual. Pensé que el director de la película habría exigido que, para mayor realismo, se utilizasen tejidos originales.
Por la ventana de la izquierda contemplamos los típicos vagones de ganado que transportaban judíos a los campos de concentración. De algunas estrechas ranuras salían también las típicas manos de los judíos, lo único que indicaba que dentro había seres humanos. Una mano femenina tiró un papel doblado cuidadosamente. Un ferroviario lo recogió y, disimuladamente, lo introdujo en su bolsillo. Supongo que se trataría de un mensaje para algún familiar.
Intenté descubrir dónde se hallaban situadas las cámaras del rodaje sin conseguirlo. No se distinguía tampoco la parafernalia habitual de los rodajes. Algún compañero quiso hacer alguna fotografía con su móvil, pero no le funcionaba. Nuestro tren se puso en marcha de nuevo.
Me entró un gran sopor y me dormí. Me desperté al disminuir la marcha del tren. Mi mente registraba imágenes, olores y ruidos que era incapaz de procesar. A mi lado estaba sentado David con la cabeza inclinada. Me pareció muy agobiado. Abrieron la puerta del vagón con energía. Entró un oficial alemán seguido de un soldado armado con una metralleta. En sus gorras destacaba una pequeña calavera.
—¡Heil Hitler! —me saludaron estirando enérgicamente el brazo con la palma abierta hacia abajo»
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