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Desde el observatorio que había mandado construir en lo alto de una montaña de 2.000 metros de altura en el desierto de Arizona, Percival Lowel se empeñó durante años en divisar con su telescopio las huellas de una civilización marciana. Los hechos acabaron por demostrar que no había vida inteligente en Marte, pero Lowel ya se había embarcado en otra gran aventura: la búsqueda del Planeta X.

LOS CANALES DE MARTE
El Planeta X era el planeta que, según ciertos cálculos, debía existir más allá de Neptuno. Percival Lowel quería repetir la hazaña realizada años atrás por Galle, quien, en menos de una hora de observación y a partir de unos cálculos de las desviaciones orbitales de Urano realizados por el matemático Le Verrier, había descubierto un nuevo planeta. No obstante, se seguían apreciando una serie de anomalías en la órbita de Urano, y Lowel, que era matemático como Le Verrier, estaba convencido de que la única solución era que hubiese un planeta más.

A partir de 1905 y durante los once años siguientes, Lowel estuvo escrutando el cielo sin resultado alguno. El método consistía en comparar fotos que se habían tomado con algunos días de diferencia para observar si alguno de entre las decenas de miles de diminutos puntos luminosos se había movido. Cuando, por algún motivo, Lowel no acudía al observatorio, pedía a sus ayudantes que le comunicaran los progresos de la investigación y, a su vuelta, el mismo revisaba con una lupa el material acumulado.

PERCIVAL LOWELL
Percival Lowel murió el 12 de noviembre de 1916 sin haber encontrado el Planeta X. En los años siguientes otros astrónomos del Observatorio Lowel continuaron la tarea de rastrear el cielo utilizando nuevos cálculos y mejores telescopios. En 1929 el Observatorio contrató un joven granjero de 23 años cuya tenacidad y pasión por la astronomía estaban fuera de duda. Clyde Tombaugh, que así se llamaba el joven, se había construido su propio observatorio cavando una fosa en las tierras de sus padres y se pasaba las noches mirando el cielo con un potente telescopio que también se había fabricado él mismo.

Clyde_W._Tombaugh
Para entonces el Obserbatorio Lowel contaba con un telescopio mejor y con un comparador de destellos. Se colocaban las fotos impresionadas en cristales de 35 por 45 cm y se intentaba percibir un ligero parpadeo entre los numerosos puntos fijos de las estrellas. Aunque era un procedimiento más cómodo que el que había utilizado Lowel, también resultaba extremadamente tedioso. Clyde Tombaugh se puso manos a la obra con el propósito de revisar una constelación por mes.


Por fin, en las placas de cristal del 23 y 29 de febrero de 1930 correspondientes a la constelación de Géminis, Tombaugh advirtió un destello inusual. Tras descartar que se tratara de un asteroide, se anunció al mundo que se había descubierto el noveno planeta del Sistema Solar. Al Observatorio Lowel llegaron muchas propuestas para ponerle un nombre. Plutón, el nombre que fue aceptado finalmente, provino de una niña inglesa de once años que era nieta de un bibliotecario de Oxford. El nombre tenía la virtud de empezar con las iniciales de Percival Lowel y de seguir la lógica de la mitología clásica.

Pluton y Proserpina Rubens
Plutón y el rapto de Proserpina. Rubens