Urano era el esposo de Gea. Enterraba a sus hijos, los Titanes, en el profundo Tártaro.
DESCUBIERTO POR UN AFICIONADO
Hacia 1760 el matemático Pierre Charles Le Monnier observó Urano ni más ni menos que trece veces y en todas ellas creyó haber visto trece estrellas diferentes. Algunos, con mala intención, señalan que ello se explica porque anotaba descuidadamente los datos en los envoltorios de los polvos de su larga peluca.
Ciertamente, el planeta Urano con su poco brillo y lento movimiento inducía a error. Antes que Le Monnier lo había observado Galileo Galilei sin darse cuenta de su verdadera naturaleza. Más tarde, en 1690, el Astrónomo Real Jhon Flansteed pensó que era el primero en haberse percatado de la existencia de una estrella nueva en la constelación de Tauro catalogándola, por tanto, como 34 Tauri.
Fue el astrónomo aficionado Friedrich Wilhem Herschel quien descubrió Urano. La verdadera profesión de Herschel era la de músico. Había sido miembro, junto a su padre y su hermano, de la banda del Regimiento de Guardias de Infantería alemán. Pero poco dado a participar en las batallas, se marchó con su familia a Inglaterra donde ejerció como profesor de música y director de orquesta.
Wilhem Herschel sentía una gran pasión por una ciencia que en aquellos tiempos estaba en auge, la Astronomía. Era tal su entusiasmo, que se lo contagió a su hermana Carolina y a su hijo Jhon. En la noche del 13 de marzo de 1789 Herschel estaba probando un telescopio reflector que había construido él mismo, cuando tropezó con un objeto de color y forma inusual. Al principio creyó que se trataba de un cometa, pero observaciones sucesivas y los cálculos pertinentes, le convencieron de un hecho sobresaliente: era la primera persona en la Historia que había descubierto un nuevo planeta.
Lo bautizó con el nombre de Gorgiun sidus, el astro de Jorge, en honor del rey Jorge III de Inglaterra. El nombre no gustó porque rompía la tradición de llamar a los objetos celestiales con los nombres de los dioses y porque politizaba el cielo. El francés Lalande buscó una fórmula de compromiso y propuso que se llamara el planeta Herschel.
No obstante, el astrónomo Johan Elert Bode convenció a la comunidad científica de que se respetara la tradición y se siguiera su lógica. Los planetas más cercanos al Sol (Mercurio, Venus y Marte) eran hijos de Júpiter; después de Júpiter venía el padre de éste, Saturno. Para denominar al nuevo planeta debía seguirse la línea ascendente en el árbol genealógico divino y, en consecuencia, debía llamarse Urano al nuevo planeta. De todas maneras, en Inglaterra durante mucho tiempo se siguió llamando al planeta el astro del rey Jorge. Hay que decir que Herschel fue nombrado Astrónomo Real de la Corte.
UN PLANETA TUMBADO
Lo más llamativo de Urano es que su eje de rotación está inclinado más de un 90%. Como consecuencia su giro, que tarda 84 años, lo hace tumbado sobre su plano orbital. Por tanto, durante 42 años en el polo Norte es siempre de día y se recibe más energía que en el resto del planeta. Pasados 42 años, la situación se invierte y en el Polo Sur no hay noche y el polo Norte siempre está a oscuras. Pero, a pesar de que en los polos da más el Sol, en Urano de forma inexplicable, al igual que en los demás planetas, hace más calor en las zonas ecuatoriales.
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Las anomalías de Urano no quedan ahí. Los satélites y los anillos se mueven en torno al ecuador y, en cambio, el campo magnético está inclinado un 60%. Otra rareza de Urano es que a diferencia de los otros planetas del Sistema Solar, rota de forma retrógrada, es decir, en el sentido de las agujas del reloj. Los astrónomos explican estos desacostumbrados fenómenos con la teoría de que, cuando Urano se estaba formando, un objeto del tamaño de la Tierra lo golpeó con tanta violencia que lo dejó tumbado de modo que nunca pudo volver a levantarse.
Por lo demás, cabe decir que Urano está dos veces más lejos del Sol que Saturno, el planeta que le precede en el Sistema Solar. Dista del Sol 19 veces más que la Tierra, de manera que la luz solar tarda 2 horas y 40 minutos en llegar. Como los demás planetas gaseosos, se compone fundamentalmente de hidrógeno, siendo la abundancia de metano lo que le da su característico color azul con matices verdosos.
LOS SORPRENDENTES ANILLOS DE URANO
En 1973 el astrónomo inglés Gordon Taylor predijo que, cuatro años más tarde, la estrella de magnitud nueve SAO 158687 pasaría por detrás de Urano. El 10 de enero de 1977 James L. Elliot y su equipo subieron al Observatorio Volante Kuiper, un avión equipado con un telescopio de 91 centímetros que los llevó por encima de la baja atmósfera terrestre. Esperaban de este modo estudiar los fenómenos que se suelen percibir en las ocultaciones como detalles de la forma de Urano o características de su atmósfera.
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La sorpresa llegó al observar que antes de que Urano llegara a la estrella, la luz de ésta se apagó durante siete segundos. A continuación, la estrella volvió a brillar y, acto seguido, se volvió a apagar cuatro veces más, pero nada más que un segundo cada vez. Los astrónomos no sabían que pensar. La primera hipótesis fue que se había dado la casualidad de que las lunas de Urano habían coincidido en la trayectoria de la estrella. Otra posibilidad que se barajó era que se había interpuesto un campo plagado de asteroides.
La respuesta no tardó mucho en llegar. Urano siguió avanzando y ocultó la estrella por completo. Pero, al salir la estrella de detrás de Urano, los oscurecimientos se volvieron a producir de un modo idéntico. Ya no había duda. Habían registrado la presencia de cinco anillos. Un año más tarde, el 10 de abril de 1978, el paso de otra estrella confirmó la existencia de los cinco anillos y de otros cuatro más. Por último, la sonda espacial Voyager 2 en 1986 envió fotografías que mostraban los anillos de Saturno en todo su esplendor.
LOS EXTRAÑOS SATÉLITES DE URANO
La existencia de los anillos en el tercer planeta gaseoso hizo suponer que todos los planetas de este tipo seguían un patrón. En efecto, otra de las características comunes de los planetas gaseosos es la abundancia de satélites. Sin embargo, a diferencia de los otros satélites del Sistema Solar que han recibido nombres de dioses de la mitología clásica, los satélites de Saturno han sido llamados con nombres de personajes tomados de las obras de los escritores ingleses William Shakespeare y Alexander Pope.

Hasta ahora se han descubierto 26 satélites orbitando alrededor de Urano. Algunos de ellos muy cercanos a los anillos. Mención especial merecen los satélites pastores, los cuales con su influencia gravitacional hacen que los anillos se mantengan en orden. Concretamente tienen esta función los satélites Cordelia, Ofelia, Portia y Sycorax. Algunos de estos satélites son en realidad asteroides o cometas capturados por la gravedad del planeta. Están perdiendo altitud y velocidad, y se prevé que, en un futuro no muy lejano, se estrellen contra Urano o acaben deshaciéndose en los anillos existentes o formando otros nuevos.
Sin duda el satélite más original de Urano es Miranda. Cuando el Voyager 2 iba a tomar impulso con la órbita de Saturno para continuar su viaje a Neptuno, los controladores de la sonda se empeñaron en fotografiar este satélite. En principio, no se esperaba que Miranda ofreciera nada nuevo. Pero, al ir recibiendo las imágenes e ir viendo su extraña superficie, se oyeron comparaciones poco apropiadas para unos científicos. Uno decía veo una “sardina pequeña”, otro decía que había “pistas de carreras” y otro, más glotón, dijo que estaba viendo un “bizcocho”. Miranda, también llamado el Frankesntein del Sistema Solar, es un satélite de 472 kilómetros de diámetro. Está surcado por cañones de 20 kilómetros de profundidad, acantilados de 15 km de altura y cráteres de 30 kilómetros. Tal profusión de fenómenos geológicos se debe, según unos, al impacto de asteroides que casi lo destruyen, y según otros, a que el hielo, del que está formado en un gran porcentaje, por la presión gravitatoria de Urano y de otros satélites, ha exprimido y desgarrado su superficie una y otra vez.
OBSERVACIÓN DE URANO
El brillo de Urano se halla en el límite de lo que se puede distinguir a simple vista. Se sitúa entre la magnitud 5,5 y 6,0, por lo que es recomendable utilizar prismáticos para localizarlo. Con telescopios se aprecia su color verde azulado y quizá alguno de sus satélites. Un buen experimento consiste en repetir el descubrimiento de Herschel: observar tranquilamente el planeta y comprobar cómo se mueve de un modo distinto a las estrellas.
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